Un nutrido grupo de viticultores reivindican en España los vinos “radicales”, que surgen como rechazo a las propuestas de los “flying winemakers”, es decir, enólogos consultores que no bajan de un avión para llegar a todo el mundo y asesorar a grandes bodegas -según dicen los primeros- a fabricar sus “fotocopias”.
Los vinos radicales no son una categoría, recuerdan a Efeagro estos bodegueros idealistas, pero sí una filosofía que implica apego al terruño, constancia y consistencia para lograr productos auténticos.
Francia se considera “el faro” para este tipo de proyectos, aunque también los hay de éxito en Austria, Alemania, Nueva Zelanda, Australia o California (EEUU); en España, cada vez hay más. Son fundamentales, en sus esquemas, las variedades autóctonas de cada zona, porque a su juicio son las que mejor se adaptan al clima de cada territorio y consiguen dar la máxima expresión a los vinos.
Rechazo al vino “industrial”
A veces los vinos “radicales” son también ecológicos, biodinámicos, “de finca” o “de pago”, pero no siempre; lo que sí comparten es el decidido rechazo al vino “industrial” o de masas. Se reivindican frente al “vino de autor” -muchos proyectos de este tipo han fracasado, aseguran-, y se definen, por el contrario, como auténticos agricultores, viticultores o, como dirían en Francia… “petit vignerons“.
Iniciativas singulares se han hecho un hueco en el viñedo español, especialmente en Cataluña, y tienen enorme potencial de crecimiento en Baleares, Galicia o Canarias por su “terroir” único.
Alta Alella (Alella), Altolandón (Manchuela), Ánima Negra (Mallorca), Celler del Roure (Valencia), Domaines Lupier (Navarra), Envínate (Canarias y Ribeira Sacra), Sot Lefriec (Penedès), Vins Nus (Montsant), Viñedos Ruiz Jiménez (Rioja), La Casa Maguila (Toro), Pago Los Balancines (Extremadura) o Cortijo Los Aguilares (Málaga) son algunos de los máximos exponentes de esta tendencia “radical”.
También Dominio do Bibei (Ribeira Sacra), El Escocés Volante (Calatayud), Finca Sandoval (Manchuela), Itsasmendi (Vizcaya)…
El propietario de Bodega Edetària, Joan Lliberia, precisa que no debe vincularse el concepto “radical” con extremismo, sino que más bien se hace referencia al término “raíz”, para dar a entender que el vino debe mostrar el suelo, la tierra, el paisaje de donde viene.
Denominaciones de origen… ¿obsoletas?
Para Lliberia, las denominaciones de origen configuran hoy una conexión “obsoleta” porque amparan a vinos muy diferentes entre sí -“unos a 2 euros y otros a 200”- y, además, están “ancladas en el pasado” en lo que respecta a los temas normativos.
En esta bodega de Terra Alta (Cataluña) miman las vides de garnacha de 60 años que crecen sobre una duna fósil del cuaternario; una finca que hace miles de años estaba sumergida bajo el mar.
Este suelo de arena, según detalla, hace que haya poca retención de agua y de materia orgánica, lo que aporta una enorme complejidad a la uva, que más tarde se manifestará en los vinos.
“Este tipo de vinos son los menos entendidos en España”, lo que explica que el 80 % de las 200.000 botellas que comercializan al año se vendan en el extranjero, con Suiza y Japón como mercados clave.
Estos viticultores son conscientes de en ocasiones van “contracorriente” y se mueven entre la inspiración y la locura.
“Cada vez hay más gente que está cansada de los vinos ‘fotocopia’, hechos con parámetros comerciales muy adecuados para la demanda de los mercados, pero que se parecen mucho entre sí”, según Federico Oldenburg, un experto gastronómico que pone en valor el vino que hacen “viticultores” frente al de los “flying winemakers”.
En Mallorca, Bodega Ànima Negra lleva más de 20 años cultivando variedades autóctonas de la isla como la “callet”: “Hacemos vinos de forma natural, a base de investigación, tecnología, respeto a la naturaleza y de buscar muchísima profundidad en la relación entre las plantas y el clima donde viven”, afirma su propietario, Miquel Angel Cerdá, que reivindica la máxima calidad.

“En el mundo del vino, hoy se puede conseguir casi cualquier cosa con poco esfuerzo”, critica Cerdá, quien se declara enemigo de los productos “industriales, hechos a base de rudimentos químicos y sin ninguna intención de buscar el carácter”.
“Nos queremos distanciar de los vinos naturales, religiosos o sin ningún control tecnológico, de los que incorporan los defectos que tienen como si fuera un valor más”, añade el propietario de Ànima Negra, que produce 300.000 botellas al año, que en un 80 % se salen de la isla para recalar en unos 42 países.