Ho Chi Minh, antes Saigón, es una ciudad que se moderniza a pasos agigantados. Su dinamismo la convierte en el gran símbolo del crecimiento económico del nuevo Vietnam. Mosaico de color y culturas, a veces se parece a la que describió Graham Greene en El americano impasible, pero es solo un espejismo…
Todo aquel que llega por primera vez a Ho Chi Minh, la antigua Saigón, queda impresionado por el caos circulatorio, por la vorágine de motos que serpentean en una aparente anarquía que, sin embargo, guarda cierto orden. Ho Chi Minh se mueve con el mismo frenesí que esas motos, mira hacia adelante, se moderniza a pasos agigantados. Su dinamismo la ha convertido en el símbolo del crecimiento económico del nuevo Vietnam, del salto hacia delante del país tras los duros años de la posguerra.
Es en el centro de la antigua Saigóndonde mejor se percibe el ansia de la gran urbe por abrazar la modernidad, aún a costa de su valioso legado colonial.En los últimos años se han multiplicado los rascacielos y muchos restaurantes y cafeterías autóctonos han ido dejando paso a las franquicias internacionales como Mc Donald’s y Starbucks, abrazadas con fervor por la juventud vietnamita.
Las grandes marcas de ropa también buscan su hueco en las grandes avenidas del centro y en los modernos centros comerciales abiertos en el último lustro.
El halo romántico de Saigón
Pese a todo ese frenesí y al anhelo de modernidad, la antigua Saigón todavía conserva un halo romántico, un aire colonial que le valió el sobrenombre del “París de Asia”. El lugar en el que mejor se respira ese aroma antiguo es la terraza junto a la acera del Hotel Intercontinental, frente al edificio de la Ópera.
La fachada del hotel conserva prácticamente el mismo aspecto que cuando fue construido a finales del siglo XIX, o cuando el escritor británico Graham Greene escribió allí su célebre novela El americano impasible‘ Muchas de las escenas del libro, llevado varias veces al cine, transcurren en las inmediaciones de la calle Dong Khoi, núcleo comercial de la ciudad. Las huellas francesas también son evidentes en la zona de la Basílica de Notre Dame, situada frente al edificio de Correos, diseñado al final del siglo XIX por Gustave Eiffel.
Si el calor o la lluvia lo permiten, resulta recomendable pasear desde la Ópera, por la calle Le Loi, hasta el célebre mercado de Ben Thanh, el paraíso para el amante de recuerdos, telas, ropa y calzado a precio de ganga. Los saigoneses siguen acudiendo a este mercado para aprovisionarse de productos frescos a primera hora de la mañana, antes de la llegada masiva de los turistas. En los alrededores del mercado el viajero encuentra todo tipo de restaurantes a buen precio, pero también abundan los taxistas timadores en busca de víctimas incautas. Los taxis de las empresas Vinasun y Mailinh son los más fiables. También se reúnen allí algunos de los últimos conductores de “cyclo” -bicicletas de pasajeros-, a menudo derrotados en la guerra, que ya pasan de los 60 años y no encontraron otro trabajo que pasear a los turistas por unos miles de dongs -la moneda local -.
Más de un turista termina abrumado por el excesivo bullicio de la zona, y en ese caso no hay mejor remedio que caminar unos pasos más por la calle Le Lai hasta el parque del 23 de septiembre.

Los pulmones de la ciudad
Pese a la fiebre constructora de los últimos años, Ciudad Ho Chi Minh ha respetado la mayoría de sus parques, un impagable legado del urbanismo francés. Parques como el de Tao Dan, frente al palacio de la Reunificación y la catedral de Notre Dame, permiten disfrutar de la tranquilidad a la sombra de árboles centenarios en los que es habitual ver alguna ardilla trepando.
Estos pulmones urbanos son un lugar de reunión para los vietnamitas, que todavía prefieren sentarse en la hierba o en un banco a la sombra antes que entregarse al frenesí del consumo en un centro comercial. Uno de los espectáculos más piontorescos de la gran urbe es visitar un parque al amanecer, cuando decenas de vietnamitas de todas las edades practican su ejercicio matutino de tai chi, o caminan a paso ligero vestidos de blanco. Es también en los parques donde es más fácil conocer a jóvenes vietnamitas encantados de charlar con los turistas. Al parque del 23 de septiembre acuden a relajarse algunos de los mochileros que se hospedan en los hoteles baratos del área de Phan Ngu Lao.
Esta zona, conocida por su gran actividad nocturna, es el punto de encuentro de turistas con jóvenes vietnamitas encantados de compartir sus experiencias. Por la noche, la calle Bui Vien, en esa misma zona, resulta intransitable por la invasión de jóvenes de medio mundo que degustan algún plato local, acompañado de cervezas a medio dólar la botella.
Memoria de la guerra
Es también allí donde se concentran las agencias de viajes que organizan excursiones en los alrededores de la ciudad o a cualquier otra parte de Vietnam. Una de las más atractivas es la de los túneles de Cu Chi, a una hora y media en autobús del centro de la ciudad. Todas las mañanas salen viajes organizados a estos túneles construidos por los guerrilleros del Viet Cong durante la guerra contra los Estados Unidos. Allí, el viajero puede descubrir el increíble modo de vida de aquellos guerrilleros y sus familias, que organizaban auténticos poblados bajo tierra.
Los más osados pueden reptar por alguno de aquellos túneles que volvieron locos a los soldados estadounidenses, pero resulta más cómodo adentrarse en algunos de los pasadizos adecuados a la estatura de los turistas y en los que no es necesario arrastrarse por el suelo. El viaje a Cu Chi se puede complementar por la tarde con una visita al Museo de la Guerra, en el centro de Ho Chi Minh.
Es un lugar solo apto para estómagos resistentes, dada la crudeza de algunas imágenes y datos allí expuestos. Fotografías de niños afectados por las armas químicas, mutilados de guerra, datos escalofriantes sobre el daño causado por el conflicto en uno y otro bando y la crueldad de algunos episodios… Una experiencia incómoda, y a la vez fascinante, para los amantes de la historia.
El bullicioso barrio chino
Otra opción es un paseo por Cho Lon, el barrio de chino de Saigón. En vietnamita, “cho lon” significa literalmente “mercado grande”, ya que era allí donde los comerciantes chinos vendían todo tipo de productos traídos de su país. Esto no ha cambiado: el núcleo del barrio, incorporado a la ciudad en 1931, lo forman el mercado de Bin Tay y sus calles adyacentes, donde se encuentran los productos más insospechados.
La confluencia de las culturas china y vietnamita se puede disfrutar en los restaurantes de la zona, aunque a veces hay que confiar en el azar para elegir el plato, ya que los menús están solo en chino y vietnamita. La mayoría de los comercios de Cho Lon también escriben sus letreros en chino y son numerosos los lugareños que emplean esta lengua en su casa, aunque algunos no hayan viajado nunca al país del que emigraron sus antepasados.
A falta de parques en el distrito chino, el contrapunto perfecto para la algarabía del mercado son las pagodas. Una de las más célebres es la de Quang An, fundada en el siglo XIX por los inmigrantes chinos. Por la noche, una buena manera de descansar del trajín es disfrutar de las vistas desde alguna de las azoteas del centro.
Las terrazas de hoteles legendarios como el Caravelle o el Rex ofrecen una inmejorable perspectiva del núcleo de Saigón. La ciudad nunca duerme, pero sí baja su ritmo a partir de las diez de la noche, cuando solo unas cuantas motos recorren las calles.
Por un momento Saigón parece la misma que describió Graham Greene. Pero es solo un espejismo: sin perder su esencia, Ho Chi Minh viaja a toda velocidad hacia el futuro.