Cada día, unos 65 empleados se afanan en la finca Cutamilla, en Sigüenza (Guadalajara) para que el cuidado procedimiento de trasladar el agua mineral de su manantial desde casi 260 metros bajo tierra hasta los consumidores, sin que pierda su pureza, funcione con la precisión de reloj suizo.
Al girar el tapón de una botella de agua mineral pocos usuarios reflexionan sobre el trabajo que hay detrás para conseguir que el agua viaje desde las entrañas de la tierra al lineal del supermercado o la mesa de los restaurantes, en un proceso que se cuida al milímetro tal y como marca la ley.
Y es que el agua embotellada, que no hace tanto se vendía en farmacias, es uno de los productos de gran consumo más regulados y, de hecho, cuenta con una directiva propia que detalla los precisos requisitos para su embotellado.
El agua de Cutamilla, que llega al mercado bajo la firma Font Vella (Grupo Danone) procede de un manantial de donde se extrae por gravedad desde un depósito intermedio del mismo o por sondeo para alcanzar los más profundos, en torno a 260 metros, según detalla la jefa de calidad de esta planta, Ana Caballero.
Se encuentra vallado y hay vigilancia 24 horas y 365 días al año, para evitar cualquier tipo de acceso no controlado al manantial que, además, tiene un perímetro de protección que marcan desde la administración y que en este caso ronda las 500 hectáreas.
Por supuesto, no se puede realizar ninguna actividad que pueda ser susceptible de contaminar el agua y la embotelladora está a un kilómetro en línea recta del mismo.
También es competencia estatal decidir el caudal de aprovechamiento del manantial; el año pasado se envasaron en las tres líneas de esta planta 140 millones de litros de agua en formatos que abarcan desde botellas de "un sólo uso" de 33 centilitros a garrafas de 6,25.
El agua, una vez se saca del manantial, se traslada hasta la planta y tal cual se extrae de la tierra, se acumula en dos grandes depósitos y sólo se somete a un filtrado antes de pasar a la línea de embotellado que es donde ve la luz por primera vez.
Pero las botellas también tiene su propio procedimiento; llegan envasadas asépticamente en una "proforma" de r-pet (pet reciclado) que, una vez en la línea de embotellado, se calienta y se "moldea" para adaptarse al formato que se esté llenando en este momento.
En una hora, se pueden llenar 36.000 botellas de 0,5 litros o 2.400 garrafas de más de seis litros.
También con maquinaria de última generación -la planta ha contado con importante inversiones en los pasados ejercicios que ya permiten incluso embotellar agua con gas al inyectarle carbónico- se procede al taponado, etiquetado y envasado.
La garantía de que este agua es "naturaleza embotellada" se consigue también con los numerosos controles por los que pasa en todo este proceso, calculado al milímetro.
El agua se analiza en diferentes puntos varias veces; así, de la zona de captación se toman muestras una vez a la semana, pero del producto final hay controles varias veces por turno.
Como curiosidad, echando por tierra el mantra de que el agua no tiene sabor, en esta planta hay un panel de catadores -que son los trabajadores con mejores aptitudes de la planta-, que también garantizan que el agua de Cutamilla mantenga las cualidades que la hacen diferente del resto de las aguas minerales, pues cada una tiene su personalidad.
Así, cada vez que un consumidor adquiera una botella de agua, tiene que saber que está bebiendo naturaleza pura y, por cierto, debe cuidar de que el envase vuelva a tener vida como establecen las estrategias de circularidad; así que para agradecer el favor a la tierra, hay que desechar las botellas donde se garantiza su reciclaje.
