A finales de octubre, todos los oasis de Marruecos viven al ritmo del dátil: es tiempo de cosecha porque los racimos de estos frutos, que han madurado con el calor del verano, ya han mudado de color y cuelgan pesados de lo alto de las palmeras.
Al sur de la cordillera del Atlas, en los escasos valles fértiles por donde transcurren los ríos, se desarrolla la cultura del dátil, que para sus habitantes ha sido tradicionalmente mucho más que una fruta, pues con el tronco de la palmera datilera han construido sus casas y con sus hojas han trenzado todo tipo de cestas, sombreros, bandejas o escobas.
Pero también a estos valles recónditos del sur de Marruecos llega la modernidad, que se traduce en plástico y hormigón, y las palmeras ya no son tan vitales como antes, aunque el dátil guarda todavía un lugar importante en la alimentación de sus habitantes: si un marroquí medio consume tres kilos de dátiles anuales, en estas regiones esa cifra se multiplica por cinco.
Durante el mes de octubre, los jóvenes, con una soga en la cintura, trepan a la copa de la palmera y cortan los racimos de dátiles a machetazos para ponerlos luego a secar en las azoteas de las casas, que como en todo el campo marroquí son planas, sin tejado.
Esos racimos van virando poco a poco del naranja intenso hasta el beige y luego el marrón oscuro, momento óptimo para comer el dátil porque es cuando tiene más azúcar y ha perdido la aspereza del fruto verde.
El dátil está en Marruecos muy ligado a las celebraciones, ya sea el Ramadán o los banquetes en bodas y bautizos, pero en las regiones datileras se come como pasta durante todo el año y se hace zumo cuando se ha secado.
El ministro de Agricultura, Aziz Ajanuch, acaba de declarar, en la inauguración del Salón Internacional del Dátil de Erfud, en el sureste del país, que este año se va a registrar una producción récord de 117.000 toneladas, un 30% más que el año anterior.
El dátil está en Marruecos muy ligado a las celebraciones, ya sea el mes de Ramadán o los banquetes que se sirven en bodas y bautizos, pero en las regiones datileras se come además como pasta durante todo el año y se hace zumo cuando el fruto se ha secado: hirviéndolo y luego colando el jugo.

El Instituto Nacional de Investigación Agraria marroquí (INRA, siglas en francés) está promoviendo nuevos productos a partir del dátil, como el jarabe de dátil (similar al de arce, tan típico en Canadá), la mermelada y hasta mantequilla de dátil o harina, según explica a Efe el investigador Mohamed Boujnah.
Marruecos tiene 5 millones de palmeras extendidas en 50.000 hectáreas, y esto lo convierte en octavo país del mundo en número de árboles y en producción de dátiles, pero el gobierno tiene ambiciosos planes para plantar otros tres millones de nuevas palmeras en los próximos cinco años
Alta estima entre los musulmanes
El marroquí, como el musulmán en general, tiene el dátil en alta estima porque es una fruta mencionada en el Corán: cuando María estaba embarazada de Jesús y le venían dolores de parto, se quejó, deseando la muerte, pero Dios le dijo: “No te aflijas, tu Señor ha puesto a tus pies una fuente. Sacude ahora el tronco de la palmera y dejará caer tres dátiles frescos y maduros. ¡Come y bebe para alegrarte!”, dice el Corán (azora de Mariam).
No es casualidad que el dátil sea consumido en el mundo principalmente en los países musulmanes, que han desarrollado toda una tradición de “dichos del Profeta” en los que se le atribuye haber alabado el dátil en numerosas ocasiones incluso como antídoto contra el veneno y los conjuros.
Hoy se conocen además argumentos científicos y médicos: una fruta que nunca se pudre (solo se seca), aporta una cantidad muy rica de azúcares “buenos” y es por ello muy recomendada como aporte energético para deportistas y aquellos con duros trabajos físicos.