Islandia, el país más pacífico del mundo, apenas salta a las páginas de los periódicos más que cuando su economía se colapsa o un iracundo volcán amenaza el espacio aéreo europeo. Sin embargo, cada vez son más los viajeros que se atreven a descubrir este campo de aventuras donde géiseres y glaciares son los obstáculos a salvar.
¿Sabías que durante el verano el sol no se llega a poner nunca en Islandia? A media noche, el sol apenas roza el horizonte para iniciar el ascenso a un nuevo día que se funde con el anterior. Esto da lugar a un verano de temperaturas agradables que invita a descubrir los salvajes paisajes naturales de un país que se puede descubrir, por qué no, con la música de Björk a modo de banda sonora.
Islandia es una tierra joven, una isla aún en formación en la que los volcanes, los glaciares, las coladas de lava, acantilados y cascadas conforman una orografía muy singular y cargada de matices y contrastes.
Las actividades al aire libre, especialmente en verano, son lo más recomendable para descubrir el país, ya sea en bicicleta, a través de las numerosas rutas de senderismo o desplazándose en coche por la isla. También es posible disfrutar de la natación en piscinas de agua geotérmica o adentrarse algunos menos en el interior de un volcán inactivo desde hace varios miles de años para descubrir cómo se forman los cráteres y el modo en que las erupciones afectan a la formación del suelo.

Hablar de la riqueza natural de Islandia es hablar de los tres parques naturales que se suceden en una superficie de apenas 103.000 kilómetros cuadrados. Por un lado está el El Parque Nacional de Vatnajökull, el más grande de Europa, que presenta una incomparable interacción de cascotes de hielo dinámicos y glaciares emisarios, energía geotérmica y frecuente actividad volcánica subglacial con sus consecuentes riadas.
También se puede visitar El Thingvellir, un lago creado por la ruptura de las placas tectónicas norteamericana y euroasiática que acoge una gran variedad de especies endémicas de peces.
El tercer parque natural del país se halla al pie de un volcán y un glaciar. El Snaefellsjökull National Park se alza desde la costa hasta la cima de las montañas.
Herencia histórica y cultural
Más allá de los atractivos naturales de la isla, Islandia cuenta con numerosas opciones para adentrarse en su historia y cultura. Una posibilidad es hacerlo a través de las antiguas casas de turba, habitadas hasta el siglo XX. Muchas han sido reabiertas en forma de museos en los que se puede descubrir cómo se cocinaba en los hogares de las salas de estar, qué utensilios se empleaban y, en definitiva, cómo era el modo de vida de los islandeses hasta hace unas décadas. Existen incluso iglesias de turba, muy bien conservadas, que datan en su mayoría del siglo XIX.
El arte es otro de los medios para acercarse a la cultura islandesa. Numerosos museos y galerías acogen piezas tanto clásicas como modernas. Hasta en las aldeas y áreas rurales se pueden encontrar exposiciones de artista locales o comprar desde cuadros hasta esculturas pasando por postales y juguetes artesanos o prendas de materiales como la piel de reno o de pescado.
La pesca, los fantasmas, la aviación, las artes textiles, el vulcanismo, las focas o la equitación son algunos de los temas que han inspirado curiosos museos monográficos, habituales en todo el país.

Después de tanta exploración y visitas toca reponer fuerzas. Pescados y mariscos protagonizan gran parte de los menús. Salmón, bacalao y trucha componen platos típicos como el pescado seco con mantequilla (haröfiskur), la sopa de pescado (fiskisúpa) o albóndigas de pescado (fiskibollur).
En cuanto a las carnes, el cordero es el ingrediente estrella ya sea ahumado con patatas y salsa de leche y guisantes (hangikjöt) o con recetas más exóticas como una cabeza entera de oveja hervida en sal (blóðmör) o un pudin a base de sangre de cordero, avena y harina (kjötsúpa).
Para endulzar el menú, se puede probar el skyr, una bebida cremosa parecida al yogur, el pönnukökur (plato elaborado con crepes, nata y bayas) y el pastel de crema de chocolate llamado slöngukaka. Y para acabar, brennivín, un aguardiente conocido como “la Muerte Negra“.
Un día para celebrar

Cada 17 de junio desde que en 1944 Islandia proclamara su independencia de Dinamarca, el país celebra su Fiesta Nacional con un programa de actividades que tienen su epicentro en Reikiavik.
Las campanas de todas las iglesias de Reikiavik suenan al unísono para dar inicio a la festividad que comienza con una misa en la catedral luterana de Dómkirkjan. A partir de ahí, coros cantando el himno nacional, homenajes frente a la estatia del líder independentista Jón Sigurosson y desfiles por las principales calles de la ciudad inundan de fiesta la capital islandesa.
Durante este día se puede disfrutar además de una exposición de coches y cruceros antiguos a cargo del Club de Automóviles Antiguos de Islandia, al tiempo que se celebran entretenimientos como conciertos, espectáculos de baile, un show de circo, una competición de vela y juegos tradicionales vikingos que a buen seguro despertarán la curiosidad de los visitantes.
Cómo llegar
Aunque suene a lugar recóndito, este verano Islandia está más cerca de España que nunca. Poco más de cuatro horas de vuelo y un coste de ida y vuelta desde 400 euros por pasajero acercan Madrid y Barcelona a Reikiavik gracias a las rutas especiales de verano de Icelandair.
La compañía aérea islandesa ha programado salidas los sábados desde Madrid del 6 de julio al 31 de agosto y desde Barcelona, los sábados entre el 8 de junio y el 7 de septiembre y los martes entre el 9 de julio y el 27 de agosto.

Para facilitar la organización del viaje y de las actividades una vez en el país, se pueden contratar los servicios operadores que trabajan en la isla como Island Tours que ayuda en trámites como el alquiler de un coche para conocer la isla al ritmo que le apetezca al usuario y ofrece paquetes que incluyen vuelos, estancia en hotel y actividades durante la estancia. En tan sólo ocho días es posible disfrutar de las cascadas, los glaciares, las playas de arena negra y todos los paisajes de Islandia.
Los más arriesgados pueden apostar por el paquete “Islandia inside the volcano“, un descenso de 400 metros al volcán Thrihnukagigur, que entró en erupción por última vez hace 4.000 años y que hoy es uno de los grandes atractivos turísticos del suroeste de la isla.