El hotel Waldorf abría sus puertas en Park Avenue en 1931. Foto: L.C.

El hotel Waldorf de Nueva York. Foto: L.C.

Hoteles legendarios

Aquel Waldorf de los 90…

Publicado por: Laura Cristóbal 13 de octubre de 2014

Esta semana hemos sabido que la aseguradora china Anbang se ha hecho con la propiedad del Hotel Waldorf Astoria de Nueva York; el Grupo Hilton Worldwide lo ha vendido, aunque seguirá gestionando el establecimiento los próximos cien años.

Abría sus puertas en Park Avenue en 1931, una obra maestra del art deco protegida desde 1993 y referente hotelero, histórico y hasta cinematográfico.

En 1991, cuando aún no habían caído las Torres Gemelas transformando para siempre mucho más que el skyline de la ciudad, yo entraba por la puerta del hotel Waldorf con ese toque de maleta de cartón que teníamos los españoles de esos años, cuando el mundo no estaba globalizado, ni te hacían descalzar en los aeropuertos.

La aseguradora china Anbang es la nueva propietaria del Waldorf de Nueva York. Foto: L.C.
La aseguradora china Anbang es la nueva propietaria del Waldorf de Nueva York. Foto: L.C. 

Entonces el hotel no tenía spa, ni por supuesto me alojé en sus habitaciones más lujosas, reservadas a celebridades, empresarios o jeques, como lo que se cruzaban conmigo en el pasillo, horrorizados ante el aire inconfundible de turista de clase media, al que la relación dolar-peseta permitía acceder a esa joya de hotel y que se nos conociera como los “give me two” en los establecimientos de electrónica, ropa o libros.

Recuerdos

Tengo de ese viaje recuerdos-joya como los maniquíes de Ronald Reagan y Mihail Gorbachov al pie de las Torres Gemelas que esperaban para hacerte fotos con ellos por un dólar para conmemorar el fin de la Guerra Fría; el café en la última planta de una de las torres, donde comprabas un llavero estilo “yo estuve aquí” y que tantos años después del 11S aún acongoja mirar; el Guggenheim, con su apabullante diseño; los musicales de Broadway que no me pude pagar; o pasear por Central Park como quien no ha visto un parque en su vida, aunque el remate final fuera fotografiarse ante el edificio Dakota donde murió John Lennon.

Pero si hay algo que perdura de ese viaje fue alojarme ocho días en un hotel donde el recepcionista me atendía en castellano con un “qué alegría tenerla entre nosotros”, la habitación era el colmo del buen gusto y la elegancia confortable, los pasillos albergaban ceniceros con el anagrama del hotel sobre la arena -y milagrosamente las colillas desaparecían como por ensalmo-, el reloj de la Exposición Universal te recibía cuando volvías cargado de cansancio, el concerniege se dejaba las horas con tal de encontrarte una mesa en el restaurante del que te habías encaprichado -y que ni mucho menos era del lujo al que estaba acostumbrado a conseguir para sus demás clientes, y ni uno sólo de sus empleados te hacía sentir, jamás, que eras un cliente menor.

Aunque hicieran esperar al jeque.

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