Javier Molleda, “un enamorado del Magreb”, nos desgrana su experiencia como español en Casablanca -Marruecos-, un destino con sabor a cine en el que ha vivido el último año y que le ha enseñado mucho “desde el punto laboral y personal”.
Casablanca ha sido durante 10 meses el país de acogida de Javier Molleda, un cántabro de 30 años que, tras año y medio viviendo en Túnez, se embarcó en esta aventura gracias a “una buena oportunidad laboral” que surgió en la empresa en la que trabaja.
Se declara un “enamorado del Magreb” y de este destino concreto en el que se ha dedicado a “mover mercancía por vía aérea, marítima y terrestre de un punto a otro del globo”.
Con cierta indignación, Javier explica que lo que le llevó a abandonar nuestro país fue “la situación laboral, como a todos”. Y añade: “No se puede trabajar de 9.00h a 21.00h por 1.000 euros -los que tienen suerte- y con cero promoción laboral”. Por eso, porque “no tenía ataduras serias” y porque domina el “francés y el inglés” decidió expatriarse en tierras marroquíes.
Casablanca -comienza a relatar- es un destino en el que abundan los espacios turísticos de interés como la Mezquita de Hassan II, con 200 metros de altura; el bulevar de Mohammed V con tiendas y restaurantes; numerosas playas y piscinas artificiales; el Rick’s Café “en honor a la película “Casablanca” y con numerosos detalles arquitectónicos y decorativos que recuerdan al filme o el mirador del Sky 28, “el edificio más alto de la ciudad con un restaurante que alberga un espectacular mirador”, entre otros.
Un país en el que “la religión marca su sociedad y lo caótico de la misma” pero a la que ha conseguido adaptarse “cada día más”. “Pero cuesta, las cosas como son”, matiza.
“En este país la religión marca su sociedad y lo caótico de la misma”
Asegura que, para entender las costumbres del país, ha hecho uso de un consejo que le dio un “buen amigo”: aplicar a todo el principio de “sus razones tendrán”. Que van en dirección contraria por la autopista, sus razones tendrán; que cruzan a pie la misma, sus razones tendrán; que no hay leche en el supermercado desde hace una semana, sus razones tendrán… “La máxima es adaptarse o morir”, reconoce en clave de humor.
En cuanto al idioma, ha superado el reto con éxito y nos cuenta que lo domina lo suficiente como para mostrar que, si bien es “un extranjero”, no es “un turista”. Y añade: “Taxis, cafeterías, mercados, regateos, saludos… todo esto está controlado, pero poco más”.
Le preguntamos por la gastronomía, uno de los puntos que mas añoran nuestros expatriados. A él, por suerte, le resulta “exquisita” la comida marroquí aunque considera que “no es muy variada”. “Tienen una agricultura y una pesca excelentes”, valora.

Javier cuenta que se ven bastantes españoles por la zona aunque él “intenta evitarlos” porque, como dice, no se ha ido de España “para estar entre españoles”. Además, considera que, para poder integrarse, “hay que forzarse un poco” ya que, de lo contrario, “es misión imposible y sólo se vería la parte negativa de la sociedad”. “Además, tendrías una sangría continua de amigos que vienen y van” lo que impediría vivir una experiencia en contacto con la gente local.
“La amabilidad de la gente que habitaba por allí y ver la manera en la que viven es oxígeno para tus pulmones”
Le preguntamos por alguna de las grandes experiencias vividas durante su estancia en el país y rememora un viaje en 4×4 que realizó por el Atlas, “una impresionante cordillera”. Según relata, recorrieron pueblos “en los que, desde hacía meses, no veían a un blanquito”. “La amabilidad de sus gentes, los paisajes y el modo en que vivían es oxígeno para los pulmones”. Destaca además lo barato que resulta este país ya que, por ejemplo, en esta escapada “de una semana” no gastaron “ni 100 euros por persona”.

En líneas generales, la experiencia ha sido muy enriquecedora por “los amigos que encuentras con las mismas inquietudes que tú, porque entras en contacto con otras culturas y por todo lo que aprendes en el día a día”.
“Echo en falta la sencillez que te ofrece la vida de una sociedad desarrollada”
Sin embargo, una vivencia en el extranjero tiene a veces sabor amargo porque “echas en falta a los amigos, la familia, la gastronomía… y, en mi caso, la sencillez que te ofrece la vida de una sociedad desarrollada”. “Parecen tópicos pero son verdad”.
Otra de las cosas que más se echa de menos -prosigue- es “poder tomarte unas cervecitas en una terraza en plena calle, y no escondido en algún garito como si estuvieses traficando con droga”, comenta entre risas.
“Mi personalidad es un puzzle formado por piezas de los diferentes países en los que ha vivido”
Pese a todo, “le coges el gustillo a las ventajas de vivir en el extranjero” y, a su juicio, “debería ser obligatorio” para darte cuenta de que “hay otras maneras de vivir la vida, que se puede aprender mucho observando a los demás y que los problemas propios son relativos”. “Desde el punto de vista laboral se aprende mucho y, personalmente, se crece aún más”.
Ya de vuelta a casa y con la idea de emprender su próxima aventura, este español se considera un habitante de un mundo que ha hecho que su personalidad sea “un puzzle formado por piezas de los diferentes países en los que ha vivido” -Francia, Holanda, España, Túnez y Marruecos-.