El apetito chino se disparó el último año y ha hecho que el país asiático escale posiciones hasta convertirse en el cuarto mercado más importante para la industria alimentaria española, adelantando de una tacada a Estados Unidos, Alemania y Reino Unido.
El peso de China en la lista de destinos de las exportaciones nacionales de alimentos y bebidas prácticamente se ha duplicado entre 2018 y 2019: de suponer un 3,5 % del total ha pasado a representar ya el 6,5 %.
Pekín compró producto por valor de más de 2.000 millones de euros respeto a los más de 32.000 millones que ingresó España por sus ventas al exterior en esta categoría, según se desprende de los datos recogidos en el informe económico anual de la patronal FIAB, hecho público esta semana.
El aumento cobra más importancia si cabe si se tiene en cuenta el contexto internacional, marcado por las tensiones proteccionistas, con un Estados Unidos que ha impuesto aranceles a determinados productos españoles mientras Reino Unido negocia con la Unión Europea (UE) cómo será su relación comercial tras el brexit.
El país asiático encadenaba tres años seguidos ocupando la séptima posición en la lista, y el pasado ejercicio pegó un “acelerón” que le ha llevado directamente al cuarto puesto, sólo por detrás de Francia (que pesa un 14,7 %), Italia (11,3 %) y Portugal (10,9 %).
La carne, objeto de deseo
Aunque este rol de China ha evolucionado al alza es los últimos seis años (en 2014, sus compras equivalían al 2 % de todos los alimentos y bebidas exportados por los fabricantes españoles), en ejercicios anteriores los incrementos fueron sensiblemente más leves.
El “subidón” chino refuerza la diversificación de las exportaciones de alimentos y bebidas desde España: las ventas al exterior crecieron un 6 % en 2019, aunque el peso de sus principales mercados -con la excepción de Pekín- cayó respecto a 2018, lo que disminuye la dependencia hacia el resto de la UE.

¿Qué hay detrás del aumento de las compras desde China? La explicación se encuentra en la industria cárnica, ya que debido a un brote de peste porcina el país asiático tuvo que abastecerse en el exterior.
“El incremento ha sido espectacular en los últimos meses, sobre todo en el sector porcino”, destacó durante la presentación del informe de FIAB el secretario general de Agricultura y Alimentación, Fernando Miranda.
Acuerdos bilaterales de 2018
Según Miranda, las empresas españolas están “intentando ampliar la gama de productos” que llevan a Pekín, para “beneficiarse de un mercado tan amplio que podría ser incluso una solución” a las dificultades que se viven en otros países, como Estados Unidos por los aranceles o Reino Unido por los flecos pendientes del brexit.
Los gobiernos de España y China firmaron a finales de 2018 varios acuerdos dirigidos precisamente a facilitar que la industria cárnica nacional pudiera exportar al “gigante” asiático.
Aun así, vender en este mercado no está exento de dificultad, ya que las compañías deben contar con un permiso específico; sólo en las últimas semanas ya han habido ocho nuevas empresas autorizadas y, de acuerdo al Ministerio, hay más interesados en pasar el procedimiento exigido para recibir los citados permisos.

“China actualmente es un socio con el que estamos trabajando muy bien, consolidando las relaciones más allá de las que tenemos ahora”, apostilló el alto cargo del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
Contraste con Estados Unidos
En esta misma línea, el director general de FIAB, Mauricio García de Quevedo, ha destacado que las exportaciones chinas prácticamente se duplicaron en el último ejercicio, y que el consumo en el país se está recuperando a buen ritmo, tras ser el primero en sufrir los estragos de la covid-19.
El buen momento que atraviesan las relaciones con Pekín contrasta con las tensiones que presiden las mantenidas con Estados Unidos, cuyos aranceles han provocado fuertes caídas en las exportaciones de aceite y vino a dicho destino.
El Ejecutivo se muestra pesimista sobre las perspectivas de que la situación mejore a corto plazo debido a la proximidad de las elecciones presidenciales, que se celebran en noviembre y hacen improbable un cambio en estas políticas.