Ceremonia del cambio de “shimenawa” (soga hecha de paja de arroz) en las “rocas casadas” (Meoto Iwa). Foto: María Roldán.

Ceremonia del cambio de “shimenawa” (soga hecha de paja de arroz) en las “rocas casadas” (Meoto Iwa). Foto: María Roldán.

Japón

Ise, la tierra sagrada de Japón

Publicado por: María Roldán. EFE/REPORTAJES 28 de abril de 2015

Aquellos que no han peregrinado al menos una vez a Ise no se consideran humanos. Eso dice la tradición sintoísta, que considera a este lugar el más sagrado de Japón, la ciudad en la que se alza Jingu, el Santuario, morada de Amaterasu, diosa del Sol y antepasado de la familia imperial nipona.

Situada en la prefectura de Mie, en la región centro-sur de Japón, la ciudad de Ise es un paraje rodeado de frondosos bosques bañados por las aguas del río Isuzu, cuyas orillas son "uno de los lugares más limpios y puros de Japón", comenta Nobuyoshi Sugiura, sacerdote del Gran Santuario desde hace más de 26 años.

Los libros más antiguos de Japón, el "Kojiki" y el "Nihonshaki", cuentan que fue allí donde hace más de dos mil años la princesa Yamatohime, hija del undécimo emperador nipón, tuvo una revelación tras recorrer el país en busca del lugar idóneo para establecer un templo en el que adorar a la diosa.

Espejo sagrado

Ese fue el origen del Naiku, uno de los dos templos principales, donde desde tiempos que escapan a la memoria se venera a la deidad y se guarda el Espejo Sagrado, uno de los tres tesoros imperiales de Japón, en el que se cree que habita Amaterasu.

El segundo santuario principal, el Geku, se construyó en la era del vigésimo primer emperador, hace unos 1.500 años, consagrado a Toyouke, diosa de los cereales, los alimentos y la industria.

Fue la propia Amaterasu quien llamó a Ise para que la abasteciera de comida sagrada ("shinsen"), cuenta el historiador y arqueólogo Noboru Okada, especialista en la historia del Jingu y profesor de la Universidad Kogakkan.

"Entre los 'kami' (deidades) de Japón no hay ídolos, y existen tantos como seres y Naturaleza hay", explica el docente.

Un vecino de Futami alza la “shimenawa”, una soga hecha de paja de arroz, con la que se atan las denominadas “rocas casadas” (Meoto Iwa). Foto: María Roldán.
Un vecino de Futami alza la “shimenawa”, una soga hecha de paja de arroz, con la que se atan las denominadas “rocas casadas” (Meoto Iwa). Foto: María Roldán. 

La riqueza natural nipona convierte a su imaginario mitológico en uno de los más amplios y, aunque el pilar central del sintoísmo está compuesto por múltiples "kami", Amaterasu juega un papel importante, porque "sin el sol no tendríamos calidez ni luz y ninguna criatura sería capaz de existir", aclara Okada.

Cada año cerca de seis millones de personas visitan el Santuario, cuyo área tiene aproximadamente el tamaño de París y en la que se distribuyen 125 "jinja" (templos sintoístas) menores.

Los peregrinos recorren sus idílicos parajes desde el Geku hasta el Naiku, como marca la tradición.

Una cifra que puede llegar a duplicarse cuando tiene lugar el Shikinen Sengu, una ceremonia de purificación celebrada cada 20 años, en la que alternamente, tanto el Naiku y el Geku, como los tesoros del Santuario y el puente Uji, que se alza sobre el río Isuzu en la entrada al Naiku, se reconstruyen con las técnicas artesanales tradicionales.

Shikinen Sengû y los rituales del templo

Con el fin de mantener las edificaciones en buen estado y haciendo gala del desapego a lo material y la creencia sintoísta de que la naturaleza muere y renace en un período de dos décadas, se lleva a cabo la ceremonia del Shikinen Sengu.

Los dos santuarios principales vuelven a erigirse empleando la madera del ciprés japonés ("kiso hinoki"), manteniendo el estilo arquitectónico del shinmei-zukiri, un estilo autóctono previo a la llegada del budismo y que no puede utilizarse fuera del santuario.

"A pesar de ello, la empresa Miyachu de Ise la usa para fabricar "kamidana", altares con forma de templos utilizados habitualmente en hogares y oficinas", explica Yousuke Kawanishi, propietario de la compañía, la única en el archipiélago japonés que los crea con "kiso hinoki" y techo de paja, igual que los templos del Jingu.

Su amor por Ise lo llevó continuar con este negocio familiar, que se estableció allí hace más de 70 años, y a ordenarse sacerdote del templo, donde oficia ceremonias junto a los residentes que, orgullosos y agradecidos de tener el Santuario, participan en ellas.

Los vecinos de Futami durante la ceremonia del cambios de “shimenawa” el 5 de septiembre de 2014 en las “rocas casadas” (Meoto Iwa). Foto: María Roldán.
Los vecinos de Futami durante la ceremonia del cambios de “shimenawa” el 5 de septiembre de 2014 en las “rocas casadas” (Meoto Iwa). Foto: María Roldán. 

Es el caso de Ryuta Hiramatsu y Yuki Okubo, miembros del Ise Jingu Service Youth Group, que aseguran que lo hacen porque quieren continuar con la tradición y aprecian el hecho de tener el templo en su vecindario.

Para conmemorar la 62ª edición de dicho acontecimiento, que tuvo lugar en 2013, abrió sus puertas en el Geku el museo Sengukan, uno de los cuatro que posee el Santuario, y en el que se ofrece un resumen de los festivales relacionados con la ceremonia y de algunos de los más de 1.500 rituales anuales que tienen lugar en el Jingu.

El más importante del año es Kanname-sai, en el que se ofrece el primer arroz del año cultivado en el templo y se dedican oraciones de gratitud a Amaterasu, por haber presentado el primer arroz al mundo terrenal a través de su nieto, Ninigi-no-mikoto.

Otros ritos incluyen danzas como "yamatomai" y "ninjomai", que se ofrecen en el kaguraden, donde se ofrendan los bailes y músicas sagradas a los "kami" durante las ceremonias.

Meoto Iwa, las rocas casadas

Aunque el mayor reclamo de la zona es el Santuario, existen en Ise otros lugares que merecen la pena visitar, como Meoto Iwa (literalmente, "rocas casadas"), un par de islotes rocosos situados en el mar del pequeño pueblo de Futami, que se encuentran atados por una pesada soga hecha de paja de arroz denominada "shimenawa".

Los fieles del "jinja" Futami Okitama consideran sagrados a estos escollos, que representan la unión de las deidades que dieron origen a las islas de Japón (Izanagi e Izanami), y progenitores de los tres "kami" más importantes de su mitología: Amaterasu, diosa del Sol; Tsukuyomi, dios de la luna; y Susanoo, dios de las tormentas y las tempestades.

Cada cinco de mayo, cinco de septiembre y el primer o segundo fin de semana de diciembre, residentes y curiosos se congregan frente a ellas para ver el cambio de soga.

Los sacerdotes la consagran, pero son los lugareños quienes con mimo y orgullo guían la cuerda hasta los encargados de unir las rocas nuevamente.

Bajo la atenta mirada de las ranas de piedra que plagan el lugar y con los miembros del grupo de cantos "Kiyari" entonando la letra que llevan recitando allí desde 1986, el pasado mes de septiembre Yutaka Momoki no quiso perder la oportunidad de subir junto al pequeño "torii" (arco tradicional japonés que marca la frontera entre el espacio profano y el sagrado) en lo más alto de la roca más grande, para volver a unirlas.

Vecinos y pregrinos pasean por las calles de Okage Yokochô, una zona de ocio en la que se pueden comprar productos y recuerdos típicos de Ise. Foto: María Roldán.
Vecinos y pregrinos pasean por las calles de Okage Yokochô, una zona de ocio en la que se pueden comprar productos y recuerdos típicos de Ise. Foto: María Roldán.

Ni siquiera su hombro lastimado unos días antes le hizo cambiar de opinión. Una sujeción improvisada pero firme le bastó para enfrentar con determinación la tarea de cargar y atar la pesada soga alrededor de la roca, una labor a la que hizo frente con ánimo inquebrantable y el orgullo de los devotos de Ise.

Okage Yokocho, un descanso para el peregrino

Regalos, recuerdos y restaurantes es lo que pueden encontrar los peregrinos en la apacible Okage Yokocho, una zona de ocio situada en el centro de la ciudad de Oharai que conecta con el Naikû.

Creado hace 20 años, este sector recrea los edificios situados en el camino al Santuario, que datan de los períodos Edo (1603-1867) y Meiji (1867-1912).

El sonido de las actuaciones de "taiko" (tambor japonés) y los espectáculos de historia ofrecen a los visitantes un descanso en su peregrinaje hacia el Jingu, cuya historia se recoge en el museo Okageza, una zona creada para invitar a los viajeros a interrumpir momentáneamente su camino para disfrutar la riqueza de la zona.

Fue allí donde hace 300 años tuvo su origen "Akafuku", una pequeña casa de té que daba la bienvenida a los visitantes del templo y que, a pesar de ser en la actualidad uno de los gigantes de la comercialización del "mochi" (dulce japonés) de judía roja, continúa agasajando a los peregrinos con sus dulces hechos a mano.

"Solo las mujeres jóvenes pueden preparar el 'mochi', porque sus manos son más delicadas", explica el administrador general de la compañía, Hideo Tsuge. Unas manos que preparan el producto en Ise de forma artesanal para conseguir la textura y apariencia que desean: una forma que simboliza al río Isuzu fluyendo a través del templo.

 

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