Las Villas Pontificias de Castelgandolfo, al este de Roma, uno de los tesoros naturales menos conocidos del Vaticano, ofrecen ahora al público la posibilidad de pasear por los caminos que recorrió Juan Pablo II o ver la estatua de la Virgen ante la que solía orar Benedicto XVI.
“Cada pontífice ha tenido sus lugares preferidos dentro de las villas. Al papa Juan Pablo II, por ejemplo, le gustaba dar largos paseos, o el papa Benedicto XVI solía rezar frente a la Virgen. Pero estas preferencias forman parte del aspecto humano de estos papas, de su vida privada, no de la persona pública”, explicó a Efe el director de las Villas Pontificias de Castelgandolfo, Osvaldo Gianoli. También contó a Efe que éstas constan del Jardín del Moro, la Villa Cybo y la Villa Barberini. “Nacen como las conocemos hoy a principios del siglo XVII, cuando en 1623 vienen definidas como bienes inalienables de la Cámara Apostólica, es decir, consideradas como propiedad del Santo Padre”, continuó.
Con un espacio de 55 hectáreas, en las villas está el Palacio Apostólico, que es la residencia del papa, y los inmensos jardines, que incluyen una gran riqueza de plantas, árboles y flores. Su historia más reciente se remonta a 1929 cuando se alcanzaron los llamados Pactos Lateranenses entre la Santa Sede e Italia, en los que se reconoció la legitimidad del Estado de la Ciudad del Vaticano en la posesión de las Villas Pontificias, como residencia estival del papa, según contó Gianoli.
Sin embargo, estas villas fueron frecuentadas algunos siglos antes: el papa Urbano VIII Barberini (1623-1644) fue el primer pontífice que vivió en esta residencia en la primavera de 1626, una vez terminados los trabajos de restauración y ampliación del Palacio. Desde entonces, papas como Alejandro VII Chigi, Inocencio XII Pignatelli, Clemente XI Albani y, más recientemente, Juan Pablo II y el papa emérito Benedicto XVI, han hecho uso de esta residencia estival.
No así el papa Francisco, que ha preferido hasta ahora permanecer en el Vaticano trabajando y no veranear en Castelgandolfo.
Asilo para la población
Pero estas villas no solo fueron utilizadas por los pontífices como residencia de verano, sino que, por ejemplo, con el papa Pío XII Pacelli (1939-1958) fueron una residencia de asilo seguro para la población local durante los años de la II Guerra Mundial. Durante este tiempo, las poblaciones de Castelgandolfo y de los pueblos vecinos se refugiaron en las Villas Pontificias porque gozaban del privilegio de la extraterritorialidad.
Se calcula que hasta doce mil personas encontraron refugio en aquel triste período, y allí permanecieron hasta la liberación de Roma, el 4 de junio de 1944, según informa la Santa Sede en su página web.
“Pío XII Pacelli cede su palacio, y la habitación donde dormía el Santo Padre fue transformada en una enfermería donde nacían los bebés. Nacieron 32 niños en aquel período y fueron llamados casi todos o Pío o Eugenio, en honor del pontífice, porque su nombre era Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli”, según relata a Efe Gianoli.
Uno de los atractivos mayores de estas Villas Pontificias es que se elevan sobre una de las villas más famosas de la antigüedad, la Albanum Domitiani, la gran residencia de campo del emperador Domiciano (81-96 d.C.) que tenía una extensión de 14 kilómetros cuadrados, desde la Via Appia hasta el lago de Albano. Se trata, por tanto, de una joya botánica, cultural, arqueológica y espiritual que ahora, “gracias a la voluntad del papa Francisco”, remarcó Gianoli, puede ser visitada por el público.
Un regalo que permite, previa reserva en la página web de los Museos Vaticanos, pasear por el llamado Paseo de las Rosas, un camino largo que se encuentra rodeado a ambos lados por cientos de rosas de todos los colores. También por otros espacios como el Paseo de las hierbas aromáticas, el de los Nenúfares, el Jardín de la Magnolia o la plazoleta de los Robles, entre otros. En la zona de la Villa Barberini, surgía, además, la residencia del emperador Domiciano que se asomaba al lago de Albano.
“Jardines a la italiana” en Castelgandolfo
Entre los elementos de entonces que aún hoy se conservan, es posible observar el criptopórtico, una galería semisubterránea que era utilizada “para pasear en tranquilidad y no ser visto”, o las ruinas del que fuera el teatro privado más importante de esta villa. Este teatro, que fue construido con una “estructura perfectamente circular”, está actualmente cerrado con una valla para preservar sus ruinas, pero se puede contemplar desde fuera. En su interior, conserva “restos de mármol rosa que dejan ver cómo era el pavimento original” así como “mosaicos en blanco y negro”, que decoraban “el suelo del ingreso al teatro”.
Cedros, olivos, encinas o cipreses se elevan imponentes y desfilan a lo largo de las Villas Pontificias para invitar al público a dejarse seducir por los llamados “jardines a la italiana”, espacios en los que apenas hay flores y en los que “la simetría siempre viene respetada” en todas direcciones.

El verde intenso de estos “jardines a la italiana” contrasta con los colores vivos de las flores que llenan otros espacios y que envuelven al visitante en un ambiente con un “perfume excepcional”. “La villa es un gran libro de historia que es cuidado, limpiado y mantenido diariamente por 55 trabajadores. Es importante que la gente pueda visitar ahora estas villas que son un bien de todos”, describió Gianoli.
Desde que abrieran sus puertas al público, el pasado marzo de 2014, las Villas Pontificias han sido visitadas por un gran número de turistas procedentes de todas partes del mundo. “Solo el pasado año, vinieron 10.000 personas. Estamos muy satisfechos. Este año hemos recibido ya a casi el doble de turistas, aunque las cifras concretas aún no las tenemos”, afirmó.
Además, el director de las villas confesó que, si bien por el momento solo se pueden visitar los jardines, se está estudiando la posibilidad de que se pueda ver también el Palacio Apostólico y otras zonas, como la granja, en la que viven desde vacas hasta burros, pasando por gallinas o avestruces. Una granja en la que precisamente “se producen productos” que son consumidos por “el papa y por los empleados de las villas”, y que “también se venden en el supermercado de dentro de Ciudad del Vaticano”.
Pero, por el momento, el público podrá disfrutar de las bellas vistas que ofrecen estos jardines de las Villas Pontificias, donde reina el silencio y donde uno es capaz de perderse y olvidar la noción del tiempo.