Fue la capital de Japón durante 1.100 años y alberga aún buenas muestras de lo que fue ese pasado, como el Palacio Imperial, en pleno centro de la ciudad, o el castillo Nijo. Pero si algún tipo de edificación caracteriza a Kioto son los templos y monasterios. Alberga más de 2.000, de ellos 1.400 son templos budistas y 700 son sintoístas
Y ¿por qué tantas muestras religiosas en Kioto que destaca sobre el resto de las ciudades niponas en número de templos? Porque Kioto nunca tuvo industria militar y, por lo tanto, fue respetada por los bombardeos de la contienda mundial que destruyeron casi totalmente el país y, por ende, sus templos.
Uno de los más atractivos e inolvidables por su originalidad es el templo Kinkakuji, o Pabellón de Oro, que se edificó como villa de descanso de un señor de la época del shogunato Ashikaga. En el jardín, un auténtico muestrario de especies de flores, árboles, arbustos… junto a un gran lago, se alza un impactante pabellón imagen del alarde de poderío del “generalísimo” que lo mandó construir: está recubierto de hojas de oro. El edificio que podemos ver actualmente no es el original, que fue destruido en 1950, sino una réplica perfecta levantada en 1955.
Arashiyama y el bosque de bambú
Uno de los lugares que reúne más templos (el mejor ejemplo el templo Tenryuji, Patrimonio de la Humanidad) es Arashiyama. Se encuentra a unos 20 minutos en tren del centro de Kyoto y es un bello lugar que fue el destino favorito para los paseos de los miembros de la corte imperial en algunas épocas. No es extraño pues, incluso hoy, aún se puede pasear (a pie o en bicicleta) por un impresionante bosque de bambú y disfrutar de cómo el color rojo de los arces ha teñido el bosque ahora, en otoño.
Arashiyama, a unos 20 minutos en tren del centro de Kyoto, fue el destino favorito para los paseos de los miembros de la corte imperial en algunas épocas
Tras el paseo, un rato relajado paseando entre escaparates de artículos de artesanía, de souvenirs, de coloridos y apetitosos dulces… o de restaurantes que, como en otros lugares de Japón, colocan sus mejores recetas perfectamente emplatadas en los escaparates. Cuesta darse cuenta de que son de plástico porque son auténticas obras de arte realizadas a mano por expertos artesanos.
Un templo de meditación Zen para alojarse
El templo Myoshinji, en el recinto de Taizo-in, es uno de los mejores ejemplos de la filosofía Zen. Data del siglo XIV, un momento en el que Japón estaba sacudido por numerosas guerras y en el que los samurais necesitaban encontrar la paz interior y la buscaban en la meditación. En este recinto hay 46 monasterios, uno de ellos es el de Myoshinji o templo del corazón único.
En este monasterio se pueden hacer estancias de hasta un mes y participar en la vida del monasterio
En este templo nos encontramos con el reverendo Daiko Matsuyama que ofrece una clase de meditación Zen para los estresados occidentales que hasta allí llegamos. Y es que este templo es un destino turístico que pueden elegir quienes están buscando un retiro para meditar. En este monasterio se pueden hacer estancias de hasta un mes y no sólo dar las clases de meditación, sino además convivir con los monjes y participar en la vida del monasterio.

El paseo por los amplios y cuidados jardines del monasterio, incluido el jardín Zen, con un lado blanco y otro negro, el yin y el yang, resulta de lo más relajante.
Un templo sobre columnas de madera
El barrio de Higashiyama alberga también numerosos templos y santuarios. Es un barrio muy especial, con numerosos jardines puesto que desde el siglo XIV se edificaron en la zona también muchas villas de familias nobles.
Es en esta zona de Kioto donde se alza, en una cumbre (Higashiyama significa la “montaña del Este”) el espectacular templo Kiyomizudera, el segundo más antiguo de la ciudad (data de 778), que cuenta con unos 1.500 templos budistas. Este templo, que recibe entre 4,5 y 5 millones de visitantes cada año, siempre se definió como un lugar de paz y descanso. En un lugar de sus 120.000 metros cuadrados brota un manatial de agua que le da nombre: templo del Agua Pura.
Hay ciertos lugares del templo que no están abiertos al público pero algunos periodistas tuvimos el privilegio de que el reverendo Eigen Onishi, que nos acompañó en la visita, nos abriera esos rincones.
Uno de ellos es la sala con la imagen de pie de Buda, que mide 4 metros. El edificio que alberga la imagen tiene cinco pisos para poder alojar una figura de tanta altura. Así, la cabeza de Buda queda en la tercera planta y los pies en el segundo sótano. Las paredes están recubiertas por más de 4.000 imágenes diferentes de Buda que pretenden representar que Buda nos protege desde cualquier sitio.
Lo más conocido de este templo son los 172 pilares de madera ciprés que no contienen ni un solo clavo
Otro de los lugares no accesibles para el público es la Puerta Occidental. Desde allí la panorámica de la ciudad de Kioto es impresionante.
También tuvimos el privilegio de entrar en la capilla principal del Templo, la que llaman capilla interior o del útero. Allí se contempla de cerca la imagen o patrón de este templo que, en realidad, no es la original, que está oculta detrás y sólo se saca cada 33 años.
Pero lo más destacado o lo más conocido de este Templo del Agua Pura son los 172 pilares de madera, concretamente de corteza de ciprés, de la estructura del edificio principal, que no contienen ni un solo clavo. Las 30 pequeñas capillas que se extienden alrededor también son de madera. “Vuestra cultura europea, cristiana, es la cultura de la piedra, la nuestra es la de la madera”, nos explica el reverendo Eigen Onishi.
Mil puertas rojas
Uno de los más espectaculares templos de Kioto y, seguramente, uno de los más conocidos en todo el mundo entre todos los templos sintoístas, es el de Las Mil Puertas. Está a las afueras de la ciudad, pero a escasos 15 minutos en tren y, casi nada más salir de la estación, una puerta roja en la calle nos indica que estamos entrando en el recinto de Fushimi Inari, el templo de Inari, dios de la cosecha del arroz (y por extensión, de los negocios en general).
Tras los primeros altares y santuarios para realizar las ofrendas, antesala de lo que es el templo principal, comienza el ascenso por la colina sagrada bajo los famosos túneles de columnas rojas y negras. Las puertas (“toriis”) sagradas, son de madera y están separadas por unos centímetros unas de otras. Tienen inscripciones en sus columnas que indican la fecha y el nombre del donante que ha dado el dinero para esa puerta. El hecho de que hayan proliferado tanto se debe precisamente a la gran cantidad de donantes que ha habido.
Las puertas (“toriis”) sagradas, de madera y separadas por unos centímetros unas de otras, tienen inscripciones en sus columnas con la fecha y el nombre del donante
El ascenso bajo los arcos de las puertas es un agradable y, si no hay mucho público, relajante paseo por un tupido bosque en el que el peregrino, o el curioso viajero, encuentran zonas de descanso con pequeños altares y lugares donde hacer un alto en el camino. Antes de comenzar la subida, no obstante, no está de más saber que hay unos 4 kilómetros hasta la cima de la montaña y el paseo se alargará durante unas dos horas. De modo, que cualquier momento es bueno para dar la vuelta.

Volviendo al centro de Kioto, en la misma zona del templo Kiyomizu se extienden unas callecitas de casas tradicionales que fueron, hace siglos, las habitadas por los artesanos, por los ceramistas en primer lugar, y que hoy albergan fundamentalmente tiendas y restaurantes.
Una de esas villas en las que vivían los nobles propias de este barrio de Higashiyama, con un extenso y cuidado jardín desde el que se disfrutan bonitas vistas a una pagoda, es ahora un restaurante, The Sodoh. Era esta la casa de un famoso pintor que ahora ha convertido en restaurante tanto el pabellón de su propia casa, como el que albergaba a la familia y el que le servía de estudio (éste está dedicado a los grupos).
Al final de Hanamikoji está la escuela de gheisas y, tras seguir paseando por las estrechas callejuelas del barrio, regresamos al Japón del siglo XXI
La arquitectura de estas calles de Gion es idéntica a la de las casas de aquel Japón aunque hoy la mayoría de ellas son tiendas de artesanía o restaurantes y casas de té. Al final de Hanamikoji está la escuela de gheisas y, tras seguir paseando por las estrechas callejuelas del barrio, regresamos al Japón del siglo XXI que también vive en el centro de Kioto, en la avenida Shijo.
Bancos, cafeterías, tiendas, restaurantes, comercios… se ordenan uno tras otro a ambos lados de esta amplia avenida de agitado tráfico y multitud de luces y letreros de neón. Es la verificación de los contrastes de este país, meca de la modernidad y la tecnología y guardián de las más antiguas tradiciones.
También en el centro de la ciudad, el Palacio Imperial, en el parque Kioto Gyoen, que fue la residencia de la familia imperial hasta que la capital se trasladó a Tokio en 1869. Importante tener en cuenta que para visitarlo es precisa una autorización de la Agencia de la Casa Imperial.
Gion, el barrio de las gheisas
Otra de las zonas más pintorescas de Kioto está en el barrio de Gion, el centro de la ciudad. Es el conocido como “barrio de las gheisas” porque no es extraño encontrarse con una maiko o una geiko durante un paseo por alguna de sus calles más típicas, como Hanamikoji. Caminar por aquí es trasladarse inmediatamente unos cuantos siglos atrás en el tiempo, al Japón histórico, el de las historias y las películas, el legendario Japón de las gheisas y los samurais.
Y es que no hay duda de que a las gheisas las rodea el misterio y hay algo de mito en ellas, mujeres intocables, inalcanzables que continúan ocupando hoy, en el Japón del siglo XXI, un lugar en la sociedad.
El término gheisa resulta despectivo aquí en Kioto, donde se las conoce como geikos y maikos. La maiko es la aprendiza. Aún no se ha graduadoy es menor de 20 años. Llegan a las escuelas con 14, 15, 16 años y permanecen al menos tres estudiando música, tradiciones, el dialecto de la provincia…
El barrio de Gion es el conocido como “barrio de las gheisas” y no es extraño encontrarse con una maiko o una geiko durante un paseo por alguna de sus calles
Aunque parezca imposible, sí es fácil reconocerla y distinguirla de la geiko, porque la meiko luce kimonos menos escotados y de colores suaves y el lazo del kimono cuelga suelto hasta abajo, sin recoger. Aunque el maquillaje blanco tapa el color de su cara, como sucede con las geiko, la aprendiza no maquilla igual los labios: sólo se pinta el labio inferior. Su pelo, con el complicado y tradicional peinado que ella misma tiene que elaborar, lleva muchos y vistosos adornos. Para no despeinarse, duerme apoyando el cuello en una almohada de madera.
La geiko, que está graduada porque ya superó los tres años de aprendizaje y tiene más de 20 años, ha superado el inconveniente de preparar su cabello pues ya puede llevar peluca. Sus adornos en la cabeza son muy discretos, símbolo de su madurez. El kimono, de colores vistosos, tiene escote por delante y por la espalda y su lazo se recoge atrás, en la cintura.
El trabajo de estas mujeres consiste en ser “anfitrionas” de cenas, almuerzos, celebraciones… acontecimientos que ellas amenizan con su música, sus juegos, sus canciones y sus bailes. Además, sirven la mesa, la bebida…
Su participación se limita a eventos muy especiales, de personalidades y grupos de la alta sociedad, pero actualmente existe un modo de conocer y disfrutar el trabajo de las gheisas. Algunos restaurantes contratan sus servicios a alguna casa de té (es donde viven las gheisas) para que un grupo reducido de sus clientes pueda cenar con las geiko y las maiko.
Posadas tradicionales y hoteles de lujo
Es el caso del restaurante Hatanaka, que pertenece al ryokan del mismo nombre. Ryokan es un alojamiento tradicional, una posada japonesa cuyas habitaciones no tienen tabiques y el suelo está cubierto por un tatami de paja de arroz. No cuentan habitualmente con más mobiliario que una mesa baja y los huéspedes duermen sobre un “futón” que desenrrollan antes de caer la noche las amas de llaves del establecimiento.
En el ryokan Hatanaka de Kioto, como en el resto de las posadas típicas japonesas, los huéspedes dejan su calzado a la entrada y permanecen en el establecimiento con zapatillas que dejan en la puerta de su cuarto para entrar descalzos en la habitación.
Ryokan es un alojamiento tradicional, una posada japonesa cuyas habitaciones no tienen tabiques y el suelo está cubierto por un tatami
En el otro extremo de la escala de los alojamientos están los hoteles de lujo de las cadenas internacionales. Un ejemplo inmejorable para alojarse en Kioto es el Hyatt Regency Kyoto, donde reside la combinación perfecta entre la cálida hospitalidad japonesa y el “savoir faire” del sello Hyatt.
Sus casi 200 habitaciones son bonitas, cómodas y sencillas, sin ostentación de ningún tipo. No faltan, no obstante, todos los detalles de un hotel de esta categoría que se perciben tanto en las amenities del cuarto de baño como en los accesos a internet, asegurados gracias al wifi gratuito para los huéspedes.
La restauración es uno de los platos fuertes del Hyatt de Kioto. Las carnes y pescados del restaurante The Grill resultan, con sinceridad, inmejorables, pero es que la categoría de la comida local que sirve el Japanese no le va a la zaga. Además, un italiano, algo más informal, el Italian.
Otro de los servicios que el viajero más agradece es el spa. Tras una jornada de paseos y visitas a templos y museos, una sauna o un masaje siempre son bienvenidos.