Al hablar de fiordos la mayoría podría pensar en Noruega o Chile, con sus aguas heladas y sus imponentes cerros nevados al lado, pero en la cintura de América, en el cálido Pacífico costarricense y en medio de un bosque se esconde uno de los ecosistemas más llenos de vida de la región, el fiordo tropical del Golfo Dulce.
Junto con el golfo de Cariaco en Venezuela, la bahía Darwin en Galápagos y la bahía de Kaoe en Indonesia, el Golfo Dulce es uno de los únicos cuatro fiordos tropicales que existen en el mundo.
Las aguas de este golfo, ubicado en el Pacífico sur de Costa Rica, son tan calmas que en un día con poco viento se transforman en espejo perfecto del cielo, debajo del cual nadan con total tranquilidad delfines, ballenas con sus crías, el gigantesco tiburón ballena y una enorme variedad de peces.
En un día con poco viento, las aguas se transforman en un espejo perfecto del cielo
Un vistazo por tierra y mar
El puerto de Golfito, a unos 310 kilómetros de San José, sirve de base de operaciones a aquellos que deseen conocer las maravillas que tiene que ofrecer este cuerpo de agua rodeado de los verdes infinitos del bosque tropical.
Golfito es un pequeño puerto donde a comienzos del siglo XX se instalaron compañías bananeras estadounidenses y que ahora trata de cambiar su rostro de pueblo de pescadores a un destino turístico completo.
Desde este sitio, en el que no es difícil encontrar hoteles y restaurantes para todos los gustos, salen la mayoría de los botes que navegan por el golfo, así como excursiones al Parque Nacional Piedras Blancas, que colinda con el mar.
El director regional del Instituto Costarricense de Turismo (ICT) para esta zona, Pedro González, explica que este sector es visitado sobre todo por norteamericanos y europeos interesados en huir de las bulliciosas multitudes de los destinos tradicionales de sol y playa, para tener una experiencia verdadera de contacto con la naturaleza.
Se trata de uno de los pocos lugares del mundo en los que se puede disfrutar la sombra del bosque tropical desde un kayak
Antes de embarcarse a navegar, y para poder apreciar la dimensión de la belleza del golfo, lo mejor es subir una pequeña colina a pocos minutos del centro de Golfito, desde la cual se abre una vista casi completa de la bahía.
El juego de verde, azul y blanco protagonizado por los árboles que enmarcan la vista, las apacibles aguas del golfo y las nubes en el cielo, es suficiente para cortarle el aliento a cualquiera.
El Golfo Dulce, cuentan los habitantes de la zona, lleva ese nombre no porque sus aguas sean dulces, sino porque muchas veces parece un gigantesco lago, ausente de olas y rodeado por un bosque tropical lluvioso y por manglares que sirven como viveros y refugios de especies marinas y terrestres.
La guía local Hannia Ferreto explica a los visitantes que el golfo cubre un área de 51 kilómetros de largo por 13 de ancho, con una profundidad máxima de aproximadamente 200 metros, pero que en el cuello que lo conecta con el océano Pacífico, la profundidad es tan poca que evita la entrada de fuertes corrientes, lo que favorece la calma interna de las aguas.
Este es uno de los pocos lugares en el mundo donde se puede disfrutar la sombra del bosque tropical desde un kayak o un bote y a la vez observar monos congos y cariblancos, así como tucanes, lapas y otras muchas aves.
¡A navegar!
La falta de industrias alrededor del Golfo Dulce permite que sus aguas sean cristalinas y puras, y sobre todo, que florezca un enorme ecosistema marino integrado por especies de todo tipo, empezando por las ballenas jorobadas que usan este espacio como “sala de maternidad”.
Alquilar un bote o hasta un pequeño yate no es ningún problema. La oferta en Golfito es amplia y los capitanes conocen la zona como la palma de su mano: saben exactamente dónde llevar a los turistas para que puedan admirar manadas de delfines, mantas, anguilas y hasta cardúmenes de peces brincando fuera del agua.
Entre diciembre y mayo se puede divisar el inolvidable espectáculo de las ballenas jorobadas golpeando el agua con la cola
Con un poco de suerte, un paseo en bote se convertirá en una experiencia única en la vida al ver a las ballenas jorobadas con sus crías golpeando el agua con su cola, especialmente entre diciembre y mayo, cuando visitan el golfo.
Los invitados más accesibles y simpáticos son los delfines comunes, los manchados y los nariz de botella, que abundan en el golfo y gustan de juguetear al lado de las embarcaciones, como si posaran alegremente para las cámaras de sus ocupantes.
Las giras en bote pueden incluir pesca deportiva, buceo con máscara y tubo (snorkeling) y hasta kayak, pues la falta de olas amplía el rango de actividades acuáticas para el disfrute de los viajeros.
Descanso en el bosque
Desde el golfo la vista se pierde entre la superficie del agua y las pendientes verdes que la rodean. El bosque tropical lluvioso prácticamente cubre la playa y los espacios de arena que quedan son solitarios y silenciosos, ideales para el descanso y la relajación.

En tierra, otra serie de atractivos saltan fácilmente a la vista. Entre los árboles habitan jaguares, monos, tapires, ocelotes, y abundan las aves, anfibios y reptiles.
En consecuencia, hay hoteles que han decidido fundirse con la naturaleza en una apuesta por la sostenibilidad ambiental.
A las puertas del Parque Nacional Piedras Blancas se ubica el hotel Esquinas Rain Forest Lodge, constituido en un agente de trabajo y de cambio cultural para los pobladores de la zona, tradicionalmente dedicados a la tala y la caza. Hoy, gracias a iniciativas de este tipo, antiguos cazadores o madereros se han convertido en guías turísticos que muestran orgullosos las maravillas de su entorno.
Uno de los guías del parque, José Ángel Mejía, pide a los turistas que lo llamen “Chico”, a la vez que narra historias sobre los usos indígenas de las plantas, y explica que el abrasador calor en el ambiente no solo se debe a los más de 30 grados Celsius de temperatura, sino también al 95 por ciento de humedad habitual en la selva.
Antiguos cazadores o madereros se han reconvertido en guías turísticos grandes conocedores del entorno
Sin embargo, los visitantes no parecen molestos por el calor, pues “Chico” les ha detallado que este Parque Nacional, de poco más de 14.000 hectáreas, es el mejor destino en Costa Rica para la observación de aves, y están ansiosos por poder fotografiar a los coloridos y escurridizos habitantes de los árboles.
Los fiordos son sin duda una de las formaciones naturales más llamativas en el mundo, pero si a esta receta se le agregan las bondades del bosque tropical y del turismo de aventura, el resultado es único y tiene nombre propio: el Golfo Dulce en Costa Rica.