El consumidor puede jugar un papel importante en el cambio del actual sistema agrícola industrial, “insostenible a largo plazo”, y debe “tomar conciencia de la mochila ecológica de su dieta”, porque su decisión de compra es relevante y puede implicar cambios paulatinos en los procesos productivos.
Así de claro se muestra Francesc La Roca, economista y profesor del departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia y teórico de la economía ecológica.
“Hay que introducir racionalidad para organizar una transición, pacífica y ordenada, hacia una agricultura más sostenible”, agroecológica, que mitigue los actuales efectos perniciosos sobre el medio ambiente de la agricultura intensiva.
En una entrevista a Efeagro, este economista no sólo preconiza un cambio de modelo productivo, sino también un cambio de mentalidad de los consumidores, para que, insiste, “tomen conciencia de la mochila ecológica” de su dieta.
Esta decisión, que está en manos de cada uno, puede ayudar, de forma paulatina, a introducir un cambio en la forma de hacer las cosas que terminarán amortiguando el efecto de la actividad agrícola intensiva sobre el agotamiento de los recursos naturales, contaminación atmosférica o pérdida de la calidad del agua.
La crisis económica actual no sólo ha puesto en entredicho el sistema financiero, sino que ha hecho visible corrientes de pensamiento que plantean otra forma de hacer las cosas.

El economista explica que, frente a las teorías económicas clásicas -la predominante neoclásica-, la economía ecológica es consciente de que una parte de un sistema finito no puede crecer ilimitadamente, es decir, un modelo económico en constante crecimiento es una amenaza para el entorno y sus recursos.
Una de las fuentes de conocimiento que aprovecha son, precisamente, los estudios sobre agroecología.
La agroecología no sólo apuesta por un método de producción respetuoso con el medio ambiente, que excluye el uso de productos químicos de síntesis (fitosanitarios), sino que aboga por una agricultura local, cuyos productos se vendan en circuitos cortos, en comercios de proximidad.
“Una de las perversiones que muestra el análisis de la eficiencia energética de la agricultura industrial es el tema del transporte y sus costes medioambientales no repercutidos, ni al consumidor, ni al productor, y que han ido creciendo”, asegura.
El cambio necesario
La Roca señala que, hoy en día, la globalización ha permitido que “podamos comer fruta de la otra parte del Atlántico o del hemisferio sur y movamos, a lo largo del planeta, muchas toneladas de productos agrarios a miles de kilómetros sin una racionalidad biofísica que lo justifique”.
Desde el punto de vista de la racionalidad de la economía ecológica es preciso un cambio de mentalidad, también del consumidor, para que, poco a poco, adquiera productos agrícolas de temporada y de proximidad, que no tienen un coste energético tan elevado y que, además, ayudan a dinamizar economías locales.
Aunque los productos tengan un precio y se pueda pagar por él, hay que recobrar la consciencia de que su coste, en términos de contaminación o agotamiento de recursos es demasiado elevado y que hay que empezar a ser más responsables en el momento de la compra.
La Roca apunta que, según la economía ecológica, la actual producción agraria industrial “no es eficiente” si la contabilidad se hace en términos energéticos y no monetarios.
Con una creciente preocupación de parte de la sociedad por los efectos de las actividades productivas sobre el entorno, la teoría de la economía ecológica pone el acento en que en los ecosistemas hay elementos imposibles de sustituir si se agotan y que no todo puede ser cuantificado en dinero.
Para hacer un cálculo real del coste de una actividad productiva hay que “valorar en términos físicos (energía y materiales) todos los inputs y outputs”, explica el economista valenciano.
Hay que valorar todos los costes, no sólo los monetarios
Así, habría que tasar el coste energético de todos los elementos que intervienen en su producción como, por ejemplo, la energía que se ha usado para la construcción de un tractor, el consumo en combustibles fósiles que realiza una explotación, qué impacto tiene la producción de fertilizantes y su utilización,…
En la suma de estos inputs y outputs -a pesar de que en términos monetarios no se paga por muchos de los insumos introducidos en el sistema y por lo tanto no se contabilizan en los costes- se deduce que el producto final no es tan barato, porque habría que justipreciar el impacto que ha tenido su producción en el entorno.
El economista valenciano La Roca valora las pequeñas iniciativas, locales, agroecológicos, que, con el tiempo, pueden llegar a alcanzar masa crítica para inducir un cambio.
Aunque la producción ecológica aún supone una parte mínima del total agroalimentario, en los últimos 20 años ha experimentado un crecimiento espectacular y el cambio se está empezando a notar, sobre todo, en las grande urbes, con la constitución de grupos de consumidores de alimentos eco.